Como cada mañana, salió en su búsqueda. Camino al trabajo, se desviaba para seguir la ruta con más densidad de población. Lo que en el camino más lógico eran veinticinco minutos, en este se transformaban en tres cuartos de hora, pero había calculado con unos porcentajes un tanto dudosos que tenía un 27’3% más de posibilidades de encontrarla.
Caminaba pendiente del sonido de las risas de la gente, del color de sus zapatos y de su perfume, pues era lo que más recordaba. Olor a yogur con mermelada, zapatos verdes y risa estridente. A veces unos zapatos le engañaban, pero al presentarse a la mujer en cuestión el sonido de su voz le hacía volver de golpe a la realidad, a lo que respondía dándose media vuelta sin mirar atrás ni decir adiós.
A sus treinta y quince, nunca había estado con una mujer, pues ninguna se parecía lo suficiente a ella. Las paredes de su piso estaban decoradas con cientos de bocetos y cuadros en los que aparecía una mujer, a veces de ojos grises, otras violetas, azules, verdes o castaños. El pelo variaba de color y forma, pero siempre al viento, labios rojos sonrientes o simplemente en blanco y negro.
Junto a su cama, una botella de licor de melocotón (elegida principalmente por su olor), un lápiz afilado y un buen bloc. Olvido y recuerdos en su lugar de descanso, en su mesita de noche.
Sí, necesitaba olvidar todas las noches. Olvidar para poder dormir cuanto antes. Necesitaba no tener que acordarse de que su vida, la real, era sólo una parodia, un tránsito hasta llegar a la que de verdad le importaba, esa otra vida que se encargaba de inmortalizar todas las mañanas.
Como cada noche, quedaban. A la misma hora, las once y media. Cada día en un lugar nuevo, pues les gustaba recorrer ese mundo nuevo que habían creado a partir de ideales. Les gustaba pasear por encima de las olas de la playa desierta que había justo en su ventana, o viajar dentro de una pompa de jabón. Comían nieve y bebían lluvia, y cada día era de un sabor. O quizás se diesen el capricho de ir al restaurante de la esquina, donde el cocinero era una flor. No, no había más humanos en ese mundo que habían creado. Sólo estaban ellos. Ese único individuo que se hacía denominar “nosotros” y cuyas manos era incapaz de separar. Era lo único que necesitaba. Dormir y verla, y así poder soñar con ella el resto del día.
Jamás se ponía el despertador. Su vida no tenía sentido sin sus diez horas de sueño, de realidad. Hasta que ese día, como cada mañana, salió en su búsqueda. Y, como cada mañana, fracasó.
Era un día como cualquier otro, pero algo le hizo reaccionar. No sabría decir con certeza qué fue. Quizás tuvo algo que ver el ir a comer con su madre, que, como siempre, volvió a hacer la misma pregunta expectante para, a continuación, ver como su rostro pasaba rápidamente a la decepción. Le ofreció, para variar, presentarle a la vecina de turno, y le preparó una comida sorprendentemente exquisita para ser del mundo real.
También debió de influir la pintada en la estación de metro, “no sueñes tu vida, vive tu sueño”. Había escuchado esa frase alguna vez, pero en ese momento le hizo sentarse en un banco y suspirar. Se miro los zapatos, marrones, pues una vez ella le dijo que con el verde pegaban bien. Se miró las manos y se palpó la cara. Sí, este era el mundo real del que cada noche intentaba huir. Y, por primera vez, se dijo “Basta ya”.
Fue al trabajo, y a la vuelta escogió el camino corto. Cuando llegó a su casa descolgó unos cuantos dibujos, los que más le gustaban, y detrás de uno de ellos empezó a escribir:
Querida Utopía:
Me he cansado de buscarte en cada rostro sin saber con certeza cómo es el tuyo. De que cada noche me preguntes qué tal el día, y me digas que dentro de poco aparecerás para hacerme tostadas con mermelada y mantequilla. Me he cansado de quererte tanto y de no tener muy claro cuánto tienes de real y cuánto de imaginario. Te quiero, lo sabes, y muchas veces he pensado que eres el único motivo por el que no me he vuelto loco en este mundo tan lleno de verdades. Apareciste en mi peor momento, a mis catorce años, y siempre he pensado que tienes mi misma edad, aunque nunca hemos celebrado tu cumpleaños.
Hoy me he dado cuenta de que en realidad, más que salvarme de la locura, me has conducido directo hacia ella, siempre cogidos de la mano y sin ganas de despertar. Dándome un beso de buenos días y haciéndome desear que el sol pase deprisa para poder volver a vivir.
No puedo más, de verdad. He hecho todo lo que alguna vez has mencionado en momentos en los que ni te dabas cuenta de que estabas hablando. Todos mis zapatos son marrones, mi colonia tiene un toque a melocotón, llevo como colgante, a pesar de lo que se han metido conmigo porque no pega con el traje, un llamador de ángeles, e incluso a veces, cuando nadie me ve, dejo rastros de arroz.
Eres lo mejor de mi vida, lo único bueno que hay en ella. Eres la única que me proporciona alegría y ganas de “vivir”. Eres lo peor que me ha pasado jamás, pues antes de ti mi vida ya existía. No era buena, es verdad, pero era vida, algo que no se puede decir en la actualidad.
Estoy enamorado de ti hasta límites que sobrepasan los umbrales de la locura, y lo sabes, y te aprovechas de ello conduciéndome a tu subrrealidad, pues sabes que, encantado, me dejaré llevar. No creo que tengas mala intención, eres alegre, optimista y soñadora, y siempre consigues que la vida parezca un cuento en el que vale la pena vivir, pero me quieres en ese mundo nuestro que no sé cómo de real es, y yo te necesito en este otro, en mi mundo, en la realidad.
No creo que consiga fijarme en alguien que no seas tú (y menudo disgusto se va a llevar mi madre), pero necesito querer despertarme cada mañana, necesito que el tiempo signifique algo para mí.
Por favor, si existes, deja de acosarme en sueños y toca a mi puerta por la mañana. Estaré encantado de recibirte. Hasta entonces, perdona que falle a nuestras citas de siempre. Te quiere:
Fran.
Cuando termino se metió en la cama, media hora más tarde de lo previsto, con la carta arrugada en una mano. Se durmió, y cuando apareció en esa realidad suya de la que al fin se había cansado, tenía una carta en sobre y bien doblada en la mano. Ella lloraba diamantes cuando él, por primera vez en muchos años, desenlazó sus manos. Se tiró por la ventana y cayó en una burbuja que estuvo dispuesta a llevarle más allá del horizonte, hacia otros mundos por explorar.
Despertó. Colgó el arrugado boceto que tenía en las manos por la parte escrita, justo enfrente de su cama. Se quitó el colgante y lo guardó al fondo del cajón. Salió a la calle descalzo. Justo debajo de su casa había una zapatería y pidió algo que no fuese marrón. Una vez calzado fue a la farmacia. El dependiente le miró extrañado, pues no era habitual ver a alguien de su edad llorar de esa manera. Cuando consiguió calmarse, se le acercó y en un balbuceo le dijo “Por favor, necesito pastillas para no soñar”. Y rompió de nuevo a llorar.
Este pequeño tocho surgió porque me dió por participar en http://www.escueladeescritores.com/cartas-amor-2010
ResponderEliminarEn mi defensa diré que hacía mucho que no escribía una historia y que fue en época de exámenes (vamos, poco tiempo y esas cosas). Pero al menos lo hice. Y ya que lo escribí para que se leyera, quien se aburra que lo lea (y de paso haga una crítica constructiva ;D)
criticas constructivas? eso no existe y lo sabes! xD
ResponderEliminarsinceramente, la primera vez q me pasé dije "vaaaaaaaya toxo, lo dejo pa luego, el luego se pasó a mañana, mañana se pasó a lo veo en la uni y lo veo en la uni pasó a joder lo voy a ver ahora q si no, no lo veré.
Sinceramente, me ha deprimido y en cierto modo has conseguido captar un sentimiento (mas o menos acertado) y lanzarselo al lector. Cierto que q poco hace falta para deprimir a un lector (y mas si está predispuesto a deprimirse [yo no xD]) De todas formas, yo apostaría en un futuro por un trabajo más... feliz, just like you!
Yo...
ResponderEliminarEnhorabuena.
Pero eso no se hace. Un aviso de "cuidado, toco fibras!" al principio del post no iría mal.
¿Con lo poco que practicas y escribes así?
Bagh, no sé qué decir. Críticas ninguna desde luego...
Te odio un poquito, eso sí. Con cariño =P