Y finalmente, tras meses escondida a cientos de kilómetros y un teclado de distancia, una se cansa de tener miedo a que las cosas, para variar, salgan mal. De querer saber y no atreverse a preguntar. De la nostalgia del volver o el visitar.
Que pa tocar el corazón, aunque solo sea el propio por cuidarlo un poco, a veces vale la pena abrir la boca.