Pues sí, es cierto, de los de antes no queda casi nadie.
Mi vida, supongo que como la de todos, ha sido un ir y venir de gente constante. De mí todavía no me he conseguido librar, aunque tampoco pertenezca a ese “casi” de “los de antes”.
Es un día, una canción y mil recuerdos. Una chica en un banco, un brindis por nosotros y mucho tiempo resquebrajado a base de despedidas y reencuentros.
El País de Nunca Jamás encerrado en una ciudad donde no pasa el tiempo, o pasa demasiado rápido, vete tú a saber. Y al volver, sentir que no queda casi nadie de los de antes, que ese “los” se dividió hace tiempo. Piezas de puzzle que optaron por afilar sus bordes o redondear sus esquinas, con el único resultado de que por más que las fuerces no encajan en el lugar que en su día les había asignado.
Me entró la melancolía, como cada año. Al final se extrañan las risas que nos hacíamos todos juntos, un “todos” que ha ido modificando su forma original hasta quedar irreconocible a mis ojos.
Sí, han cambiado, hemos cambiado. Ni a mejor ni a peor, supongo, simplemente cambio. Pero claro, el pasado es el pasado, ese que se empeña en demostrarnos lo felices que fuimos obviando lo que no le interesa, hasta llegar al punto en el que puedo llegar a echarme de menos a mí misma, como si no tuviese suficiente ya con añorar constantemente.
En fin, yo sigo con mis canciones, y tú, vosotros, seguid con vuestros sueños.